¡Que alegres en aquel tiempo las bodegas, Platero, la
bodega del Diezmo! Bajo el gran nogal que cayó el tejado,
los bodegueros lavaban, cantando, las botas con un fresco,
pesado y sonoro cadeneo; pasaban los trasegadores, desnuda
la pierna, con las jarras de mosto o de sangre de toro,
vivas y espumeantes; y allá en el fondo, bajo el alpende, los
toneleros daban redondos golpes huecos, metidos en la
limpia viruta olorosa… Yo entraba en el Almirante por una
puerta y salía por la otra – las dos alegres puertas corres-
pondidas, cada una de las cuales le daba a la otra su
estampa de vida y de luz-, entre el cariño de los bodegueros…
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«Platero y yo», Juan Ramón Jiménez.